Ordesa – Brujas / Franco Española 6b+ 400 metros

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Primera Ascensión:
Parte inferior: “Brujas” J.Díaz, E.Navarro y A.Rabadá del 27 al 29 de junio de 1963.

Parte Superior: “Directa Española” J.M.Anglada y F.Guillamón el 11 y 12 de junio de 1960.

Material Necesario: 14 cintas express, 1 juego de friends (repetir el 1 y el 2) 1 juego de totem (ya no nos movemos sin nuestros totem).

Estupenda combinación de la vía Brujas (Rabadá y Navarro) y la «Directa Española» (Anglada y Guillamón).

Dentro de las clásicas del Valle, es de las vías mas repetidas. Mantenida en su grado, nos encontraremos bastantes clavos durante el recorrido. A pesar de estar muy clavada para ser Ordesa, no nos confiemos, ya que hasta los largos de quinto grado son desplomados.

 

 

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Breve historia , escrita por Pepe Diaz:

Las brujas de la vía (1962)

Aquel 27 de junio de 1962, no lo habíamos empezado con buen pie. Primero, Navarro tuvo que quedarse en Zaragoza por unas inoportunas anginas y ahora, por tercera vez, el coche nos dejaba tirados en la cuneta, un kilómetro antes de llegar a Sabiñánigo. A punto del infarto, veíamos alejarse al dueño del coche (un conocido de Alberto Rabadá), en busca de algún taller en el cercano pueblo. Nos costaba trabajo renunciar a la idea de hacer una nueva ruta en la pared sur del Tozal, después de casi año y medio planeando hasta sus mínimos detalles.

Horas más tarde, nuestro rejuvenecido bólido hacía al fin su entrada en Ordesa, con el consiguiente alivio por nuestra parte.

El calor era sofocante, pero preferíamos ignorarlo. Tampoco queríamos pensar demasiado en el costarrón que nos esperaba, así que, apenas sin comer, emprendimos la subida. Ya casi de noche, cargados como mulos, alcanzábamos la base del Tozal, dispuestos a vivaquear en la pequeña cueva que hay al pie de la pared.

A pesar del cansancio, aquella noche me costó conciliar el sueño… ¿Cómo íbamos a subir todo el peso? Al no venir Navarro, éramos sólo dos. Sumando nuestros bultos, teníamos: dos mochilones, un petate de comida y agua para tres días, todo el material de escalada… y una enorme cámara de 16 mm, que Rabadá se empeñó en subir a toda costa.

Intenté convencerle para que la dejara. Inútil pretensión por mi parte: al amigo Alberto le había entrado un repentino furor por el Séptimo Arte y, por aquel entonces, debía de estar al borde del paroxismo.

El amanecer del día 28, nos sorprendió en plena faena. Había que aprovechar las horas frescas de unas jornadas en las que el calor era el denominador común. Buscamos con las linternas el inicio de la vía, trepando en libre hasta una plataforma. Poco después, veía a mi compañero remontar el primer largo, desapareciendo como un felino en la oscuridad. Le seguí y, a continuación, iniciaba el siguiente tramo, ya entre dos luces. Alcanzando una confortable repisa, tras instalar dos buenos seguros, comenzaba a izar uno después de otro los bultos. Esta sería la dinámica para los cuatrocientos cincuenta metros en desplome que teníamos encima.

Tras una sucesión de diedros y chimeneas de roca más que aceptable, entramos en una zona de fuerte dificultad. Estábamos contentos pues, para ser nueva la ruta, las cosas iban marchando.  

El tiempo, en cambio, pasaba sin darnos cuenta, y el esfuerzo continuado bajo aquel sol implacable lo empezábamos a notar. La reserva de agua había mermado considerablemente, y así se lo hice notar a mi socio, pero él estaba por encima de estas miserias terrenales. Pegado a su inseparable Paillard, todo lo que no fuera escalar o filmar, carecía de importancia. Irónicamente, se me ocurrió decir que “estaba un poco harto de tanto cine”. Este comentario debió enojar a losDioses del Celuloide, cuyo castigo sobre mí caería poco después.

Estaba a punto de superar un resalte, cuando empecé a notar con terror cómo la clavija sobre la que traccionaba se salía hacia fuera. En aquel momento, Alberto, completamente ajeno a mis apuros, gritaba desde abajo, mientras me filmaba: “¡Saca el cuerpo más afuera!”…, añadiendo con entusiasmo: “Esto va a ser lo mejor del reportaje”. No tuve tiempo ni de protestar. En un abrir y cerrar de ojos, todo giraba a mi alrededor en medio de un ruido de clavos y piedras sueltas. Cuando quise darme cuenta, estaba junto a él, colgando como un chorizo. Tenía las manos ensangrentadas y alguna magulladura, pero la cosa no pasó de allí. Viéndole la cara entre asustado y guasón, sólo pude exclamar: “¡Joder, qué oportuno eres!”.

Aprovechando la ocasión, hicimos un alto para comer algo. Apenas nos habíamos concedido un minuto de tregua, por lo que nos vino muy bien. Repuestos del incidente, Rabadá intentó relevarme, pero para mí era ya cuestión de amor propio y decidí continuar. Superado el resalte, escalé hasta agotar la cuerda, buscando un sitio cómodo donde asegurar. Una vez instalado, alcé la vista y –me avergüenza decirlo–, viendo lo que venía después, me alegré de no haber cambiado el orden. El siguiente tramo comenzaba con un muro extraplomado sin apenas agarres y con escasas fisuras, en su mayoría ciegas. Realmente, aquello no debía preocuparme, pues el fenómeno que tenía a mi lado era capaz de superar esto y mucho más. Tras una rápida ojeada, me traspasó la cámara con una sola recomendación: “Tú mira por el visor y aprieta el gatillo, lo demás ya está preparado”.

Y empezó a elevarse como si alguien le izase desde arriba. No era la primera vez que le veía actuar en situaciones comprometidas. Alberto era una máquina de escalar: resistencia, agilidad, intuición y fuerza eran elementos innatos en él. Absorto en sus evoluciones, atento a la maniobra con las cuerdas, filmaba cuando podía, sin advertir que el carrete se me había terminado… Esto nos llevaría a una pequeña bronca, a pesar de que yo ya le había dicho que tenía poco que ver con los hermanos Lumière.

Quedaba poco día y el cansancio empezaba a notarse. Los brazos se negaban ya a izar una y otra vez aquellas agotadoras cargas. Ahora, nuestro deseo era llegar a la plaza de Cataluña, esa gran cornisa ubicada en el centro de la pared. En el último largo, el petate se empotraba por enésima vez en una chimenea. Rabadá tiraba con todas sus fuerzas desde arriba, pero sólo conseguía encajarlo más. La solución era dejarlo hasta el día siguiente, mas la cuerda de unión entre ambos también había quedado bloqueada en el atasco. Agotados todos los recursos, ya completamente de noche, debíamos tomar una decisión. No quedaba otra alternativa que intentar llegar hasta la chimenea, a riesgo de salir nuevamente por los aires. Sin pensarlo demasiado, con la linterna entre los dientes y con más miedo que alma, recorrí aquellos interminables metros.

Afortunadamente, no fue difícil deshacer el lío. Un alarido de triunfo anunciaría que mi compañero tenía el saco en sus manos. Yo aferrado a la roca más abajo, sólo escuchaba los latidos de mi corazón, a punto de salirse de mi cuerpo.

Vivaqueamos cómodamente en aquella inmensa cornisa, sin apenas prestar atención a la maravillosa perspectiva del Parque. La luna recién salida había inundado el valle con su luz misteriosa, pero, en aquellos primeros momentos, nuestra máxima preocupación era dar cuenta de una suculenta fritada, que mi querida cónyuge había preparado al efecto. Auténtica comida de diseño, con arreglo a la más moderna tecnología de entonces.

Cuando despertamos, nuestro desencanto no tenía límites: veíamos, con estupor, la imposibilidad de continuar verticalmente, ya que nos cerraba el paso un enorme techo, impracticable con los medios de aquella época. El más desconsolado era Alberto… Sin querer rendirnos a la evidencia, hicimos un flanqueo buscando el paso clave, pero la desilusión y el agotamiento habían hecho mella en nuestro ánimo, por lo que decidimos abandonar. Deseando acabar con la situación, iniciamos el descenso y, tras una serie de rápeles, pisábamos tierra firme al filo del mediodía.

Ya en el suelo, y una vez saciados el hambre y la sed en el cercano arroyo de Salarons, empezamos a ver la vida de otra manera. Fue en ese momento cuando Rabadá, recostado en la hierba y mirando fríamente al Tozal, dijo, como pensando en voz alta: “Esto está lleno de brujas”. Y éste es el origen del nombre del itinerario.

Nota: Como para confirmarlo, al cabo de unos días recibimos la película revelada, con una duración aproximada de dos horas. Había un pequeño inconveniente: por error en el diafragma, salió completamente velada.

Vía de “las Brujas” (1963)

Un año más tarde, esta vez con la inclusión de Ernesto Navarro, tal y como estaba previsto al principio, llegamos nuevamente al pie del Tozal. Alcanzamos, una vez más, la plaza de Cataluña y, tras el flanqueo previsto en el anterior intento, terminamos la ruta, llegando a la cima cerca del espolón oeste. Quedaba rota, por tanto, la idea inicial de una vía recta, lo que, por supuesto, no gustó a ninguno de los tres.

Tan contrariados nos sentíamos que decidimos regresar para enderezar la vía. Por desgracia, un mes más tarde, aquella promesa se quedaba para siempre con mis compañeros Rabadá y Navarro, en la pared norte del Eiger.

 

 

 

Aproximación: Desde el aparcamiento de la pradera de Ordesa, sale un sendero a la izquierda de la cafetería. Lo seguimos, pasando por una mini pradera desde la cual ya se ve el Tozal de Mallo. Atravesamos el bosque por sendero (nos encontraremos un cartel que señala «Tozal de Mallo»). Pasaremos una mini-casita de madera. Una vez se acaba el bosque giramos a la izquierda por el sendero hasta llegar al pie de la pared (atravesaremos un riachuelo).
La vía comienza a la izquierda del saliente característico que está pegado a la pared.

Vistas del Tozal desde la praderita antes de adentrarnos en el bosque:
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Asoma el Tozal, imponente:20190622_090502

Llegamos a la pared y seguimos avanzando hacia la izquierda:20190622_095937

La via comienza a la izquierda del pilar que está pegado a la pared:
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Largo 1, IV 50 metros: Debemos dirigirnos hasta el característico gendarme, donde montaremos reunión.

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Largo 2, V: Salimos hacia la derecha de la reunión, después en recto hasta una cómoda repisa con 2 clavos.

Saliendo de la reunión:
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Llegando a la segunda reunión:
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Largo 3, 6b+/c  :  Diedro desplomado, bien equipado con pitones. Después un corto off-widht que me pareció muy difícil de sacar en libre, saliendo a la izquierda, para llegar a una repisa brutal donde montamos reunión.

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Ultimos metros después del off width para llegar a la reunión:
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Llegando a la reunión:
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Largo 4, 6a: Salimos de la reunión por el precioso diedro fisurado, seguimos en recto escalamos otro diedro y después con tendencia a izquierda todo el rato. Nos encontraremos un pasito de adherencia antes de llegar a la R.

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Largo 5, V:  Diedro de la derecha (V+) para pasar por el lado derecho de un pequeño desplome luego vuelta a la izquierda para salir (V) en una cornisa con arbol. Llegamos a la «plaza de los ajos».

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Llegando a la plaza de los ajos:
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Plaza de los ajos:
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Largo 6, V:  10 metros de travesía descompuesta hacia la derecha, hasta encontrar una línea de clavos que lleva hasta la “Plaza Cataluña”.

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El sol nos empieza a agobiar en la «Plaza Cataluña». Paramos a comer un poco.

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Para comenzar el siguiente largo debemos recorrer la Plaza Cataluña hacia la derecha hasta colocarnos debajo de un techo característico.

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Largo 7, 6b: Espectacular largo. Empieza con un paso a bloque (difícil) para meterse en el diedro, el cual es bastante liso (tres clavos). Para después afrontar un techo en travesía a derechas. El techo está limpio pero se protege muy bien. Reunión colgada e incómoda. Largo BRUTAL!

Comenzando el largo, se percibe seriedad:
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Se aprecia el diedro liso, el techo y la reunión cogada:
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Largo 8, 6b: Salimos de la reunión en recto, placa desplomada con clavos. Después continuar por la chimenea (6a).

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Largo 9, V+: Recto en chimenea.

Largo 10, 6b: A nosotros quizá nos pareció más 6b que 6a+. Sale en recto y después  pasa por debajo del techo (no subir muy arriba). El techo se supera por la derecha (paso tonto). Reunión en repisa.

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Largo 11, V+:  Pequeña travesía a la izquierda para subir por una chimena.

Largo 12, VI: Subir hacia un diedro pero no entrar en él, pasar por su derecha. Terreno poco definido.

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La jamada nos la pegamos en la Pizzería «El Tallón», un imprescindible de Torla.

Pizzería El Tallon
Calle Francia, 33,
22376 Torla-Ordesa
974 48 63 04

La imagen puede contener: una o varias personas, montaña, cielo, exterior y naturaleza

No hay descripción de la foto disponible.

Ubicada en una antigua casa de piedra, dispone de una terraza con estupendas vistas a Ordesa.
No admiten reservas, por lo que generalmente hay que esperar unos 15 minutos de cola.

Pizzas al horno de leña, desde 7p7j recomendamos la pizza que lleva longaniza y la que lleva morcilla (muy suave)

El personal atento y servicio rápido.

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El domingo nos lo tomamos con calma, bañito en las pozas con cerveza artesana y un poco de deportiva en Forronías.

Para acabar el fin de semana, comimos en otro clásico de 7paredes7jamadas, Restaurante El Embalse en el Pueyo de Jaca (a 5 minutos de la escuela de deportiva Forronías).

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El Pueyo de Jaca:
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Imagen relacionada

Restaurante «El Embalse»:

Calle Mayor 10
 El Pueyo de Jaca,
22662 Panticosa

+34 974 48 70 48

 

Bar Embalse El Pueyo de Jaca

Restaurante rustico y familiar. Comida casera y buen trato.

Tiene una terracita con sombrillas para comer. Los fines de semana está a tope, no hacen reservas pero merece la pena esperar.

Menú de 16€ con variedad de primeros y segundos:

PRIMEROS
Potaje de garbanzos
Sopa de cocido
Borrajas
Macarrones con tomate chorizo y jamón
Puding de puerro, setas y gambas
Patatas encebolladas (asadas)
Congollos con anchoas
Ensalada con gulas y gambas

 

SEGUNDOS
Conejo Brasa
Codorniz Brasa
Muslo de pollo Brasa
Solomillo de cerdo con salsa roquefort
Chuletas de cordero Brasa
Lubina plancha

Salmón plancha con salsa Provenzal
Estofado de jabalí
Rabo de Toro

Nuestra recomendación:  Los garbanzos (suaves) y el conejo a la brasa (con ali oli).

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